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Excluir la exclusión: educación incluyente para una sociedad democrática
Vivimos en una época de creciente polarización social. El mundo entero experimenta cotidianamente el renacimiento de conflictos entre grupos que son, piensan o viven diferente y consideran a los otros como inferiores o como enemigos.
Por Lado B @ladobemx
22 de mayo, 2012
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Martín López Calva*

“No suprimir a nadie de la humanidad”

Robert Antelme.

Vivimos en una época de creciente polarización social. El mundo entero experimenta cotidianamente el renacimiento de conflictos entre grupos que son, piensan o viven diferente y consideran a los otros como inferiores o como enemigos. Es así que nuevas manifestaciones de racismo, homofobia, e intolerancia religiosa resurgen en diversas regiones del planeta.

Paradójicamente estamos en un mundo que proclama en las declaraciones universales y en los discursos políticos la tolerancia, el respecto a las diferencias, la pluralidad y la inclusión pero simultáneamente seguimos viendo en la práctica acciones de intolerancia, falta de respeto y crímenes contra los diferentes, exclusión y agresión contra quienes se consideran una amenaza para la sociedad desde el punto de vista de quienes se autoproclaman normales, buenos, poseedores de la verdad o de los valores universales.

En el caso de México las campañas electorales que crecen día a día en intensidad están haciendo renacer la enorme división que se generó a raíz del proceso de elección presidencial del 2006. Cada día somos testigos de mayores muestras de encono y violencia verbal entre los candidatos, los equipos de los candidatos y los seguidores de los candidatos con videos, caricaturas, dibujos, fotografías arregladas con photoshop, frases, mensajes, etc. Que buscan descalificar al adversario de maneras muchas veces agresivas y potencialmente generadoras de división y violencia.

La sociedad mexicana, de por sí excluyente y discriminatoria según muestran estudios sobre el tema, añade ahora a la discriminación que pesa contra las personas con discapacidad, los indígenas, las mujeres o los pobres, la exclusión hacia quienes piensan diferente por el discurso polarizador de nuestros políticos. De manera que ser de “derecha” o de “izquierda” son factores de descalificación de cualquier cosa que se pueda argumentar o proponer, ser “panista”, “priísta”, “perredista” o ser tomado como tal por cuestionar proyectos, discursos o actitudes de uno u otro partido se vuelven elementos de descalificación intelectual y moral por parte de los que piensan diferente.

¿Somos conscientes del daño que hace a una sociedad que busca ser democrática esta cultura que legitima la exclusión y la intolerancia? ¿Nos damos cuenta los actores sociales que desde la empresa, los medios de comunicación, las organizaciones civiles, las redes sociales o las simples conversaciones familiares se va educando a los niños y jóvenes de manera que están creciendo con una visión excluyente e intolerante?

Si uno pregunta a las personas qué tan tolerantes o respetuosas son, sin duda la mayoría responderán que son tolerantes y respetuosas con todos. Sin embargo, cuando uno observa su actuación, se puede notar que es muy frecuente que defendamos la tolerancia de manera selectiva, es decir, tolerancia para todos…menos para aquellos que consideramos malos, corruptos, delincuentes, etc.

Es así que han surgido expresiones sintomáticas de una cultura que muestra esta tolerancia selectiva, como la ya famosa: “los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas”, acuñada para la campaña publicitaria del tristemente célebre Arturo Montiel.

De manera que somos tolerantes mientras no se trate de personas que según nosotros no merecen respeto.

Sin embargo, una sociedad democrática es una sociedad que establece como norma central la máxima de Antelme de: “no suprimir a nadie de la humanidad”. Esto implica que una sociedad democrática es una sociedad incluyente, una sociedad que no suprime a nadie.

Lo anterior no quiere decir que se tolere cualquier tipo de comportamiento o acción. Es evidente que las acciones ilegales o que rompen con la moralidad de la sociedad deben ser sancionadas. Sin embargo, sancionar las acciones y comportamientos o incluso las expresiones no implica suprimir a quienes las cometen o las afirman, sino, incluyéndolos en la humanidad y respetando sus derechos, hacer justicia y castigar todo lo que rompe la religación social.

Para lograrlo es necesario promover activamente una actitud colectiva plenamente comprometida con la exclusión de la exclusión, lo cual “…requiere aversión hacia la ofensa, odio al odio, desprecio al desprecio…” [1]

Siendo congruentes con el planteamiento de la inclusión como factor fundamental de una sociedad democrática, es necesario aclarar que el odio al odio no quiere decir odio al que odia, así como la exclusión de la exclusión no implica excluir al que excluye ni el desprecio al desprecio implica despreciar a quien desprecia. Se trata entonces de construir una actitud capaz de diferenciar, como ya decíamos, los actos de las personas que los cometen y sancionar y eliminar los actos sin excluir a los que excluyen ni ser intolerantes con los intolerantes.

De manera semejante y simultánea se requiere promover una actitud de inclusión de la inclusión, amor al amor y aprecio de todo lo apreciable, es decir, una cultura que valore adecuadamente y sepa elegir y priorizar lo que resulta benéfico para “salvar a la humanidad, realizándola” (Morin),  todo lo humanizante.

La formación de ciudadanía es una tarea urgente si queremos superar esta etapa de conflicto y polarización social y construir una sociedad justa, equilibrada y armónica, una sociedad cada vez más democrática. En esta tarea educativa que es transversal a todo el currículo escolar el principio fundamental tiene que ver con educar para la tolerancia y la inclusión desarrollando simultáneamente este odio al odio, este desprecio al desprecio y este amor al amor y aprecio a lo apreciable.

Todo ello fundado en el principio fundamental que implica no suprimir a nadie –ni al político más corrupto, ni al asesino más cruel- de la humanidad y respetar la dignidad de todos, sancionando cualquier acción que atente contra este principio.

Este es un desafío urgente que está apelando a la consciencia de todos los educadores y de los actores sociales que tienen influencia en la formación de la cultura, de los significados y valores que determinan nuestros modos de vivir socialmente.


[1] Morin, E. (2006). Método VI. Ética. Ed. Cátedra. Madrid. P. 115.

 

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y académico numerario en la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha hecho dos estancias postdoctorales por invitación del Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado diecisiete libros, cuarenta artículos y seis capítulos de libros. Actualmente es coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores (REDUVAL), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación (ALFE) y de la International Network of Philosophers of Education (INPE). Trabaja en las líneas de Filosofía humanista y Educación, Ética profesional y Pensamiento complejo y Educación. Ha trabajado como formador de docentes en diversos programas y universidades desde 1993.

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