Lado B
Mientras los Mortales Duermen de Kurt Vonnegut
Al leer Mientras los mortales duermen de Kurt Vonnegut me vino a la mente la narrativa de Raymond Carver por sus personajes anodinos, casi antihéroes, que guardan un secreto que poco a poco se va develando.
Por Lado B @ladobemx
12 de abril, 2012
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Alejandro Badillo

Al leer Mientras los mortales duermen de Kurt Vonnegut me vino a la mente la narrativa de Raymond Carver por sus personajes anodinos, casi antihéroes, que guardan un secreto que poco a poco se va develando. Ambos autores, cercanos en el tiempo, explotaron atmósferas urbanas, ciudades donde la única diversión es observar autos en una anónima autopista: el sueño americano muestra sus grietas, pone al descubierto a sus desheredados viviendo dramas cotidianos, buscando infructuosamente el amor o un sueño inalcanzable.

Editorial Sexto Piso, 1era edición 2011, traducción de Jesús Gómez Gutiérrez.

Lejos de la non fiction novel de Truman Capote o de la narrativa periodística de Norman Mailer, las historias de Vonnegut se internan en los escondrijos de los desempleados, vivales, mujeres esperanzadas y hombres ilusos. Las claves para construir este mundo son una prosa desenfadada, con diálogos abundantes, ágiles, y un humor sutil que siembra intriga al lector y que le hace devorar las páginas hasta la última línea. Este punto, lo humorístico, no está sustentado en situaciones extravagantes, grotescas; tampoco se mueve en los territorios del pastelazo y la persecución. Vonnegut sondea los deseos, las tentaciones de sus personajes y les pone trampas, los rodea de espejos de fantasía y deja que tomen sus decisiones. Una situación humorística puede perder credibilidad por la exageración reiterada y, al contrario, puede interesar al lector cuando éste se puede poner en los zapatos del otro y hacer suya su debacle.

Hay dos cuentos que me gustaría comentar para delinear la narrativa de Vonnegut: “10 000 dólares al año, fáciles” y “Los farsantes”. En el primero leemos la historia de Nicky, un aspirante a tenor cuyo maestro está seguro de su éxito y lo prepara para alcanzar los grandes escenarios. Sin embargo, el dinero pronto comienza a escasear y el pupilo no tiene más remedio que agachar la cabeza, tragarse su orgullo, y trabajar para una empresa de rosquillas.

El negocio prospera de inmediato y el artista cambia su vocación por el dinero y todos sus placeres. Al final, cuando el nuevo empresario está en su apogeo, nos enteramos que, en realidad, según su maestro no tenía talento para el canto pero que no se lo había dicho para evitar que se deprimiera. La segunda historia aborda la competencia entre dos pintores, acicateada por sus esposas, para demostrar quién es el mejor. Cada uno acuerda pintar con el estilo de su contrario y demostrar quién domina mejor las técnicas pictóricas. Sin embargo sus intentos por pintar con el estilo del otro son infructuosos y desertan. Para no quedar en ridículo pintan sus cuadros como lo han hecho siempre pero con la firma del rival.

Estos dos ejemplifican a grandes rasgos los temas y las críticas del escritor norteamericano: una sociedad donde los sueños se abandonan cuando aparece el dinero, individuos entrampados en un mundo en donde la apariencia comienza a dominar todo y los efectos secundarios se guardan en casa. En algunos casos el final es complaciente con los protagonistas y tiene un tinte romántico o melodramático; en otros la pluma del escritor es más afilada y desmenuza las situaciones hasta dejarlas desnudas. Después de la lectura de Mientras los mortales duermen queda una sonrisa que no es gratuita porque está hecha de inteligencia e ironía.

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