Alejandro Badillo

En los últimos años hemos sido testigos de un boom de novelas sobre el narcotráfico, la vida en la frontera y la migración. La violencia que abarca grandes zonas del país, especialmente en el norte, es referencia constante en la obra de las nuevas generaciones de escritores. Como sucede en la historia de la literatura, este fenómeno editorial da cabida a propuestas interesantes pero también acoge obras que no soportarán el paso del tiempo.

Me refiero a este contexto para hablar de la novela El caballero del desierto de Omar Delgado (México D.F. 1975) porque su trama se desarrolla en el norte y sus personajes sufren las vicisitudes de la violencia en la frontera, sin embargo, advierto una diferencia: la novela de Delgado no busca el folclor fácil y basa su efectividad en una anécdota que busca atrapar al lector de la primera a la última página.

El caballero del desierto es, ante todo, una historia de venganza y de sus ramificaciones. Alrededor gravitan personajes que, lentamente, se involucran en una dirección que transformará sus vidas. El caballero del desierto es un “pollero” que trabaja en la frontera. Sin embargo, contrario a la imagen tradicional del traficante de personas que, ante cualquier imprevisto, abandona a sus clientes, el caballero sigue una regla: nunca abandona a nadie a su suerte. Además, como un “Robin Hood” de la frontera, este personaje es un dolor de cabeza para las autoridades que buscan aprehenderlo. Esta característica le da un matiz interesante a la novela y evita una visión maniquea o caricaturesca: el sicario desalmado o la víctima heroica e incorruptible.

El conflicto inicia cuando Serafín, un pistolero, elabora un plan para vengarse del “pollero” pues éste, años atrás, estuvo involucrado en la muerte de su hermana cuando intentaba llegar a Estados Unidos. Para lograr su fin se infiltra en un grupo de migrantes que desea pasar al otro lado y que contrata los servicios del caballero. Además busca a un agente de la patrulla fronteriza que también contribuyó a su tragedia. Su afán por vengarse lo llevará a secuestrar al grupo de migrantes del que forma parte y a utilizarlo como señuelo para dar con su enemigo. La tensión crece y los caminos de todos los protagonistas se unen al final en un rancho repleto de reses, en una escena donde imperan la sangre y las balas.

En El caballero del desierto se advierte una búsqueda de la anécdota, acciones encadenadas, sustentadas en un lenguaje visual que busca interesar al lector y no meros adornos llenos de un folclor fácil de identificar para el público masivo. Me parece que, en el afán de lograr un hilo narrativo que capture la atención, se sacrifica una exploración más profunda del lenguaje y de la trama, sin embargo esta apuesta rinde frutos por la cuidadosa elaboración de las escenas, la construcción de un mundo en el que todo está cuidadosamente dispuesto: las peleas, el desierto, las calles hirvientes y explosivas de la frontera.

Atrás laten los problemas de siempre: corrupción, descomposición social, una larga cadena de funcionarios que se beneficia directa o indirectamente del tráfico de personas y de droga. Estos elementos –explícitos o bosquejados por el autor- ofrecen una imagen real de las vidas de miles de personas marcadas por el exilio, seres anónimos que saben que un movimiento en falso, una decisión equivocada, pueden marcar su destino.

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