Lado B
Tatuajes: descargas eléctricas en la piel
"Fue así directo, con tinta china de Pélikan... meter directamente la aguja punto por punto"
Por Lado B @ladobemx
09 de marzo, 2012
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El cuerpo humano, primer y más natural instrumento del hombre, materia simbólica, fenómeno social y cultural,  objeto de representaciones y valores compartidos que ciertos grupos emplean para expresarse

Foto: Joel Merino.

Xavier Rosas

@wachangel

«Casi me rompo la madre», dice Raúl, joven tatuador cuya presencia se impone al momento de conocerlo. “Yaka”, Jorge y un colado reportero de Lado B, observan cómo relata, ayudado con el lenguaje de su propio cuerpo, el encuentro fortuito que acaba de tener con una joven transeúnte.

Tinta Eléktrika, estudio en el que trabajan estos creadores de arte en la piel desde hace 5 años, se ha ido convirtiendo en más que un lugar de trabajo, por momentos parece la sala de la casa de alguno de ellos . «Si no es porque me agarra un cuate, me rompo la madre», repite Raúl mientras se quita la playera y deja al descubierto la infinidad de colores y trazos en sus brazos, espalda y torso.

Podría decirse que esa descarga eléctrica en la piel, causada por el cruce de miradas entre un hombre y una mujer es la misma que sienten los tatuadores en sus inicios: “fue así directo, con tinta china de Pélikan… meter directamente la aguja en la tinta y luego en la piel, hacerlo punto por punto”, recuerda Alfredo, mejor conocido como el “Yaka”.

Foto: Joel Merino.

Mientras Raúl continúa con el relato de las miradas y la “sonrisa coqueta” de aquella desconocida mujer, el “Yaka” alista sus instrumentos. Luego recuerda: “mi primer tatuaje fue por puntos. Primero me tatué yo en la pierna y luego tatué a mi amigo Adolfo ‘el Masterín’, le hice una inicial y luego ya me aventé cosas más grandes”.

 “Siempre me dibujaba con plumón calaveras, y mi mamá estaba acostumbrada a ver eso. Pero una vez salí de bañar y se me olvidó taparme los tatuajes y me dijo –ay Alfredo, ya te estás dibujando tonterías, bórrate eso-, y yo le contesté –Ay mamá, ya no se puede porque ya me lo hice».

El “Yaka”, tatuador de Tinta Elektrika.

Al interior del establecimiento la plática corre fácilmente, como si se tratara de la tinta sobre la piel. Los diseños colgados en los muros del establecimiento dejan entrever la personalidad de cada uno de ellos. El rock inunda la habitación donde cada día el arte sale por la puerta en lienzos de piel.

“Yo creo que todos tenemos las mismas capacidades pero diferentes habilidades. Entonces vas formando una personalidad y desde mocoso me llamaba mucho la atención un tipo de música y la estética que la enrolaba. Entonces desde pequeño quería dejarme el cabello largo y obvio no podía”, relata el “Yaka” mientras comienza a pasar a papel el diseño que uno de sus clientes le entregó para tatuárselo en la mano izquierda.

Antropólogo de carrera, burócrata, músico en su juventud, mecánico, saca-borrachos y barman en tiempos difíciles, Alfredo se hizo su primer tatuaje a la edad de 17 años, utilizando lo que ahora llama “herramientas artesanales”, mismas que conoció cuando observaba a otras personas que tatuaban cuando era joven: “los primeros tatuajes que hice fueron con una aguja con hilo amarrado en la punta; o sea, es una aguja a la que se le hace una bolita de hilo para que rebote y no se vaya tan profundo y siempre tenga tinta”.

Foto: Joel Merino.

Mientras termina el diseño que le acaban de entregar, pierde por momentos la atención de su cliente. Mueve las manos para darse a entender, mientras recuerda la primera vez que quería tatuarse: “en Puebla había únicamente dos personas que se dedicaban a este oficio, uno de ellos era Alfredo Mata -ampliamente conocido en Puebla por Todo Rock, estudio considerado como “punta de lanza” -, que tatuaba en casa de sus papás. El otro era ‘Pool’, quien también trabajaba en un local junto a la casa de sus papás en el centro de Puebla, ya que antes no había estudios definidos”.

El “Yaka” regresa al diseño que está trabajando, y para ese momento ya no sólo el reportero toma nota de lo que su entrevistado cuenta. Raúl, Jorge y el cliente escuchan la historia que tal vez para la gran mayoría de quienes se dedican a este oficio es común: “conocí a un compa que trabajaba con un amigo, y este chavo empezó a tatuarse con máquinas hechizas, de motor. Primero platiqué con él y le pedí que me enseñara sus máquinas, me dijo que sí pero sólo si él me tatuaba. La verdad es que no me tatuó al final de cuentas, pero me permitió ver por primera vez cómo había adaptado un motor para hacer una máquina. Ya después me quería poner mis madrazos y me dijo –no ma… ya viste mis máquinas -y de ahí empecé a experimentar para hacer mi propia máquina”.

“¿Cámara?”, pregunta. La pregunta es a la vez un recordatorio de que, en lo que está por iniciar, no hay marcha atrás. El cliente asiente y la máquina inicia su andar en la piel, emitiendo un ruido similar a las que usan los temidos dentistas.

Las manos del “Yaka” se mueven con destreza, son firmes al tatuar. Alfredo no pierde el hilo de la charla: “además porque no sabía cómo pasar el dibujo a la piel, la verdad es que en ese entonces no tenía ni idea. Hice el dibujo en el papel y has de cuenta que puse la hoja sobre la piel y fui marcando con una pluma varios puntos; después los uní para hacer la silueta y ya después lo rellené. Empecé con puntos con la aguja y el hilo. La neta era así como darte un poquito la maña, ya que no sabía si estaba bien hecho así. Cuando tatué a otro amigo ya había yo sumergido la aguja en mí, y así fue con algunos otros compañeros en mis inicios y bueno, todavía viven y por eso sé que no pasó algo malo con ellos”.

“Un día me estaba bañando y entró mi papá y me vio los tatuajes. Me dijo que me iba a llevar con un doctor para que me los quitara, pero le dije que si me los quitaba me los iba a volver a poner”.

Raúl, tatuador de Tinta Eléktrika.

A mitad del tatuaje que está haciendo, hace una pauta para comentar: “la verdad yo quería estudiar algo referente a arte, mi tirada era estudiar diseño, ya que me gustaba dibujar, y diseño gráfico era mi referencia. Pero por cuestiones económicas, ya que no podía costearme la carrera, ahí se quedó la intención”.

Fue entonces que el “Yaka” entró a la carrera de antropología en la BUAP, debido a las influencias de su hermana y su cuñado, y a que le parecía que “sonaba bien” decir que sería antropólogo: “me clavé en estudiar y el tatuaje sinceramente lo dejé de lado porque en realidad en ese entonces era como un hobby, algo que nunca pensé de lo cual pudiera vivir. En ese tiempo la neta hubiera avanzado más, aprendido otras cosas , pero creo que no hubiera podido vivir del tatuaje”.

Mientras realizaba sus estudios en antropología, trabajó para ONG´s en Chiapas, Hidalgo, la Huasteca, la sierra de Puebla “y luego salió la posibilidad de trabajar para el gobierno y ya luego de haber trabajado en varios lugares, me di cuenta que la antropología no era lo que yo quería”.

El ruido de la máquina sigue su marcha sobre la piel ya enrojecida. El cliente cierra los ojos por momentos, pero a veces también observa detenidamente cómo el dibujo va cobrando vida sobre él.

En un momento determinado, el “Yaka” detiene su trabajo, se queda pensando por unos momentos y dice: “te conté todo este choro para que veas por qué me cansé de la antropología. Me di cuenta que durante mucho tiempo busqué en el gobierno una base, porque como todos tenía miedo de que cuando me haga viejo qué va a pasar, dónde voy a vivir si no tengo pensión. Entonces esta tensión muchas veces nos la imponen para que no hagamos lo que realmente queremos hacer”.

Foto: Joel Merino.

“Entonces ahí me di cuenta que tenía que generarme algo alterno. Un amigo hace unos años me dijo –oye hazme un tatuaje que quiero-, se lo hice y bueno, coincidió que yo también me quería tatuar. Cuando terminé  de hacerle el tatuaje, me dijo que me iba a llevar con un amigo que tenía un estudio con un equipo fregón y un tatuador muy bueno. Resultó que conocía al dueño del local, nos volvimos a llevar y ya con tiempo le mostré mi trabajo y le pregunté si había chance de que volviera a reaprender a tatuar. Actualmente podré tener mis diferencias en cuestión de forma de ser y pensar, pero siempre le debo reconocer a Juan Carlos y agradecerle que por él regresé a tatuar”.

El tatuaje está casi terminado, sólo faltan algunos detalles. El estudio ha comenzado a llenarse de personas, algunas llegan sólo a preguntar costos y diseños, otras pasan a visitar y a mostrar cómo va el dibujo que ahora los identifica.

“Como a los 13 o 14 años me hice el primer tatuaje. Pero ya uno grande fue a los 14, me aventé todo el brazo, pero ya estaba yo tatuado de las costillas. Estaba muy chamaco. De hecho cuando iba a entrar a la prepa ya tenía yo los brazos llenos de tatuajes, por eso no podía entrar, no me dejaban”.

Jorge, perforador de Tinta Eléktrika.

El “Yaka” ultima las pinceladas que quedarán sobre la piel del cliente y recuerda que fue hace 5 años cuando Tinta Eléktrika comenzó a tatuar los sueños de 4 amigos –“Shivalva”, Beto, Omar y él-  más allá de la piel.

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Autor Lado B
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