Lado B
1519 o el regreso del Capitán Cabeza
 
Por Lado B @ladobemx
30 de marzo, 2012
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Arturo Vallejo

@Arturo_Vallejo

uiero comenzar aclarando que en mi opinión a México no sólo hay que reescribirlo. Habría que romper el papel y sacar otra libreta para comenzar de nuevo. Por lo menos así es como creo que se ve la cosa en estos momentos. Con esto dicho haré un esfuerzo para imaginar un nuevo país ahora, en este nuevo siglo.

Otra cosa que debería advertir es que desde siempre me han vuelto loco los superhéroes.

Gringuísimos y todo, no me da pena admitirlo en un contexto como éste: somos ya varias generaciones acostumbradas a disfrutar por igual de una buena hamburguesa que de unos tacos. Me gustan los comics, sí, y eso lo sabe cualquiera que me conozca un poquito. Pero decir comic, -o “arte secuencial” si quieren verse muy exquisitos- no es necesariamente un sinónimo de tipos y tipas volando por ahí con capas y mallas. A lo largo de más de treinta años de afición he pasado por algunas de las obras más respetables de este medio: desde Little Nemo in Slumberland hasta las sagas de Katsuhiro Otomo, los hermanos Rodriguez o lo más alternativo de Alan Moore. En estos últimos autores, y esto lo he dicho ya en otra parte, se pueden encontrar algunas de las narrativas más estimulantes que se están produciendo en hoy en día. Leo sus textos con gusto y hasta con deber profesional, pero, como diría la guionista Gail Simone, una cosa es el placer y otra la adicción. Y yo soy adicto a los comics de superhéroes.

No soy sólo yo, me parece que hay una fiebre por el género: desde anuncios de refresco hasta programas de televisión nacional y montones de películas de verano que aparecen cada año. Supongo que una buena parte de su atractivo consiste en que los superhéroes tienen la capacidad de cambiar al mundo. A veces literalmente en un abrir y cerrar de ojos. Es cierto que no todos los autores les sueltan la correa para que ejerzan plenamente su poder, pero sí ustedes fueran el ser más poderoso de la Tierra, ¿se la pasarían persiguiendo asaltabancos o arreglarían al mundo a su gusto?

Si pudiera reescribir a México, seguramente recurriría a algunos de los dispositivos narrativos favoritos de este medio, tipo Dimensión desconocida. El retcon, por ejemplo, que consiste en alterar algunos hechos previamente establecidos en una narrativa. O la hipótesis, o what if?,  una variante de lo anterior que se centra en un acontecimiento nodal y se pregunta cómo sería el mundo si alguien hubiera tomado una decisión diferente aunque sea una que en su momento parezca insignificante. Por supuesto que no se trata de estrategias exclusivas de las historietas, y aquí no puedo dejar de recordar las Ucronías de Oscar de la Borbolla, pero sí es cierto que se han acomodado muy bien en ellas.

Pensando acerca de qué escribir para esta presentación -y admito que la mía fue una interpretación literal de la premisa de este encuentro- no pude evitar fantasear al respecto: ¿y si hubiera habido un superhéroe que nos ayudara en nuestros momentos de mayor necesidad? Sean condescendientes conmigo y piensen en algunos de los momentos clave de nuestra historia, llena de revoluciones que comienzan siendo populares, pero que no triunfan sino hasta que los grupos privilegiados y conservadores las hacen a su modo; una historia de derrotas rescatadas de las garras de la victoria. ¿Cómo sería hoy México si se hubiera escuchado a la junta del Ayuntamiento en 1808? ¿Cómo sería si Hidalgo hubiera tomado la Ciudad de México? ¿Cómo si nos hubiéramos ahorrado el primer imperio de petate que tuvimos? ¿Cómo si se hubiera ganado la Batalla de La Angostura? ¿Cómo si Zaragoza no se hubiera muerto tan pronto después del 5 de mayo? ¿Cómo si nos ahorramos ese segundo imperio de petate? ¿Si a los Flores Magón les hubiera ido mejor? ¿Si la Batalla de Celaya no se hubiera perdido? ¿Si Zapata, como en la leyenda, no hubiera muerto? ¿Qué tal que no hubiera habido fraude en el 88? ¿Y qué tal que tampoco en 2006? Vean a qué me refiero: la alternancia no llegó a este país con el 68, ni llegó con el voto popular, tuvo que ser hasta el 2000 con un candidato que a leguas se veía estaba ahí para que todo siguiera igual. ¿Hablé ya de las revoluciones conservadoras que nos han marcado tanto?

Hasta a mí me molestan un poco estos lugares comunes, estas simplificaciones groseras, pero es que con nuestro país es difícil resistirse a la tentación. Así vista, la nuestra parece una historia llena de finales predeterminados.

Por cierto que el otro día vi en televisión los testimonios después del homenaje a Chespirito y alguien decía que se sentía orgulloso de que Roberto Gómez Bolaños fuera mexicano porque había exportado nuestra inteligencia a toda Latinoamérica. ¡Exacto!, pensaba yo, este tipo le dio justo al calvo: inteligencia. Al diablo con La Angostura, pensé, lo primero que deberíamos hacer si quisiéramos reescribir a México es dinamitar a sus televisoras. Por lo menos abrirlas ya por fin a la competencia del mercado. Al demonio el Cerro de las Cruces, la Batalla de la Angostura: tenemos a nuestro alrededor una impunidad apabullante. Si queremos de verdad reescribir a México no sólo hay que acabar con el crimen organizado, habría que comenzar por agarrar a los culpables del incendio de la ABC y atender a los padres que sufrieron esa tragedia de inmediato, no un año después. Castigar los montajes televisivos que se hacen pasar por justicia. Borrar los feminicidios de Juárez y a los empresarios y políticos que son culpables de ellos, también los crímenes contra mujeres en el Estado de México y los de todo el país, ya que estamos en eso. Borrar Pasta de Conchos, Atenco y tantas historias y tantos muertos más.

¿Qué tiene esto que ver con la literatura? Yo diría que todo. Por ejemplo, el que me digan que escribo puras cosas tristes y desesperanzadoras tiene parte de su origen en esto. La pregunta para mí sería más bien cómo, desde dónde, comenzar a reescribir. Para terminar mi intervención, les contaré que llevo años fantaseando con escribir una novelita de aventuras que iría más o menos así: “1519. La flota de Hernán Cortés navega hacia los territorios recién descubiertos del nuevo mundo. A medio camino en el mar, por ahí de la península de Yucatán, el vigía cree ver una silueta humana deslizándose por los aires. Se trata de un ser con habilidades especiales. Un hombre-dios-demonio maya, – y aquí es donde entran mis superhéroes- que destroza la armada de Cortés, de la cual sólo queda un testigo presencial: Bernal Díaz del Castillo.

Bernal consigue llegar a las costas de Cozumel, prácticamente moribundo. Ahí se encuentra con dos sobrevivientes de un naufragio anterior y juntos emprenden camino hacia Tenochtitlán: la ciudad destinada a mantener el mundo en marcha.”

Una de las razones por las cuales a la fecha no he logrado escribir esta historia es porque, si se quiere, siempre se puede voltear a ver todavía más atrás.

Siempre.

La otra razón es porque en el final que he tenido planeado, las cosas acaban más o menos igual a como sabemos que acabaron: con mucha sangre y destrucción.

Dice mucho de nosotros que ni siquiera en nuestra imaginación los finales se resuelvan por las buenas.

Escucha acá la ponencia leída por su autor y las ponencias que también participaron en esa mesa: Judith Castañeda, Ricardo Cartas, Arturo Vallejo y Antonio Ramos Revillas

 

Alberto Chimal

Como escritor me interesa lo que comúnmente, prejuiciosamente, se llama literatura fantástica. El término es equívoco porque se suele utilizar para un conjunto muy pequeño de obras, en general promovidas por grandes empresas de medios y dedicadas a ofrecer un entretenimiento inocuo, conservador y simplista. La imaginación fantástica, por otra parte, es mucho más que eso. En sus momentos más elevados propone nada menos que una crisis de la conciencia: la búsqueda de lo otro real, no impuesto, no prefabricado, que no es menos importante en el siglo XXI aunque no nos parezca urgente: de hecho, las experiencias interiores que señala son más apremiantes ahora, en la actualidad mexicana, que nunca antes».

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Yussel Dardón

Pensar en las posibilidades de reescribir a México en el siglo XXI es una provocación disfrazada de tautología, incluso de tanatología. Entonces recuerdo la conferencia de Philip K. Dick titulada “Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después”. Sonrío, claro. Luego pienso en la multiplicidad de realidades que se conjugan en un espacio fragmentado que de poco en poco, en el mejor de los escenarios, se construye. Sin embargo, construir es destruir un espacio y viceversa.

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Raquel Castro

Tiré a la basura el texto que estaba terminando y empecé de nuevo: tenemos que rescribir México desde el humor. Se supone que somos un país que se ríe de la muerte, que domina el humor negro y que no tiene miedo de carcajearse de sí mismo. Se supone que tenemos una tradición literaria que también sabe tomarse con humor las cosas, heredera del español Francisco de Quevedo, con representantes como José Joaquín Fernández de Lizardi, Jorge Ibargüengoitia, Emma Godoy, Jorge Mejía Prieto y Carlos Monsiváis, por mencionar sólo a algunos.

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Autor Lado B
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