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Límites y horizontes: la paradoja de la educación auténtica.
En este espacio se planteaba la semana pasada el compromiso ético del sistema educativo de “educar para la rebeldía” y “educar la rebeldía” para formar ciudadanos con una conciencia crítica capaz de decir NO, de gritar ya basta junto con los indignados que se aglutinan en torno al movimiento del #15O.
Por Lado B @ladobemx
25 de octubre, 2011
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Martín López Calva*

@M_Lopezcalva

 “…El imprinting cultural marca a los humanos desde su nacimiento, primero con el sello de la cultura familiar, luego con el de la escolar y después con la de la universidad o en el desempeño profesional”. [i]

En este espacio se planteaba la semana pasada el compromiso ético del sistema educativo de “educar para la rebeldía” y “educar la rebeldía” para formar ciudadanos con una conciencia crítica capaz de decir NO, de gritar ya basta junto con los indignados que se aglutinan en torno al movimiento del #15O. Ciudadanos capaces de ese “extraño amor” del que habla Camus en “El hombre rebelde” , que los lleva a vivir conforme a la consigna de los hermanos Karamásov : “Si no se salvan todos, para qué la salvación de uno solo”.

Sin embargo es prácticamente inevitable que ante este planteamiento del gran deber ético de la educación del cambio de época surjan cuestionamientos que tienen que ver con la naturaleza “normalizadora” o socializadora del proceso educativo en todo tiempo y cultura.

En efecto, toda educación es producida por una sociedad y responde por tanto a los modos de producción, significación y valoración de la sociedad que la produce. Es así que el sistema educativo en su conjunto – la legislación que rige su operación, el currículo, la formación de sus docentes y directivos, los métodos y materiales que se usan, así como los rituales y símbolos que constituyen la vida cotidiana de las escuelas-  responde a los intereses del sistema social imperante y van sellando con un “imprinting cultural” a los educandos.

De manera que es cierto que la educación enmarca, normaliza, encasilla y aún manipula o ideologiza a los niños y jóvenes para que reproduzcan el sistema tal como está funcionando, de acuerdo a lo que las élites dominantes consideran como útil para perpetuarse en el poder. De ahí que muchas veces escuchemos a profesores, padres de familia y estudiantes decir que “al gobierno no le conviene formar gente que piense” o que “a las élites económicas no les interesa formar personas críticas”.

Indudablemente toda educación marca o sella a los educandos con una cultura familiar, escolar, universitaria, profesional, gremial, de clase, etc. De tal modo que no podemos evitar que los niños y adolescentes “carguen con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir…” como afirma Serrat.

Sin embargo, así como toda educación es generada por una sociedad, así también la educación puede regenerar a la sociedad que le dio origen. Este es el desafío de una educación auténtica: no conformarse con reproducir el sistema social y con normalizar, sellar a las nuevas generaciones , sino al mismo tiempo ser un espacio abierto a la crítica y a la rebeldía, un espacio donde se analice la realidad externa y las ideas que justifican esta realidad, cuestionando sus fundamentos y su pertinencia para vivir humanamente.

Esta es la paradoja de toda educación que pretenda llamarse realmente educación y no simplemente capacitación o instrucción: establecer límites claros en los que los educandos puedan encontrar criterios para caminar en la incertidumbre, comunicar con claridad, significatividad y apertura a la crítica la herencia cultural de la realidad en que vive el educando pero hacerlo de tal modo que se abran también espacios para el descubrimiento, la creación y el cuestionamiento, la rebeldía y la indignación ante lo que esta realidad no está siendo capaz de aportar para “salvar a la humanidad, realizándola” [ii]

Establecer límites, tener conciencia del imprinting cultural con que se está marcando a los estudiantes al mismo tiempo que se abren horizontes de búsqueda creativa, crítica y comprometida de una mejor sociedad en la que sea posible que se salven todos, porque si no, no tenga sentido la salvación de uno solo.

Para ello la educación y los educadores deben asumir esta paradoja indeludible de la que habla Morin[iii]: Mantener una lucha crucial contra las ideas, pero sabiendo que esta lucha no puede realizarse más que con la ayuda de las ideas.


[i] Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París.Ed. UNESCO. P. 28

[ii] Morin, E. (2004). El Método V. La humanidad de la humanidad. Madrid. Ed. Cátedra.

[iii] Motin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París. Ed. UNESCO.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y académico numerario en la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha hecho dos estancias postdoctorales por invitación del Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado diecisiete libros, cuarenta artículos y seis capítulos de libros. Actualmente es coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores (REDUVAL), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación (ALFE) y de la International Network of Philosophers of Education (INPE). Trabaja en las líneas de Filosofía humanista y Educación, Ética profesional y Pensamiento complejo y Educación. Ha trabajado como formador de docentes en diversos programas y universidades desde 1993.

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