Lado B
París canalla, de Maurice Sachs
 
Por Lado B @ladobemx
09 de septiembre, 2011
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Alejandro Badillo

Nacido en París en 1906, el escritor Maurice Sachs (seudónimo de Maurice Ettingshause) forma parte de aquellos escritores opacados por las figuras de la vanguardia literaria de los años 20 y 30 del siglo pasado. Aventurero, vividor, hijo de una rica familia alsaciana y judía, marchó a Estados Unidos en su juventud y regresó a Francia donde sus ideas excéntricas y provocadoras lo llevaron a simpatizar con la ideología nazi. Su historia termina en el misterio, pues no se sabe si murió fusilado o víctima de un bombardeo en 1945. Un punto de su biografía que parece tener más consenso es que colaboró con el régimen nazi como delator de judíos.

Trama Editorial. 1era edición, 2001.

París canalla —que lleva el subtítulo de “Diario de un joven burgués en tiempos de prosperidad”— está conformado por los diarios que llevó del 14 de julio de 1919 al 30 de octubre de 1929. En sus páginas se pasa revista a la vida nocturna, a las reuniones y a los personajes que, años después, definirían la década de 1920 en el arte. Sachs no tiene una gran capacidad analítica y sus memorias distan mucho de autores que también abordaron el género autobiográfico como Elías Canetti o André Gide. El valor de París canalla radica no en la reflexión, sino en las estampas breves, construidas con destreza y humor de personajes como Jean Cocteau, Max Jacob, Gide o Coco Chanel. Aprovechando la efervescencia cultural del París posterior a la Primera Guerra Mundial, en el que explotaron movimientos artísticos como el dadaísmo y el cubismo, Sachs retrata exposiciones, obras de teatro, novelas y pinturas.

El autor apenas atiende eventos políticos, sólo menciona —como un fantasma— el recuerdo aún presente de la Primera Guerra Mundial. Página a página se revelan nuevas facetas de Maurice Sachs: el joven constantemente enamorado, el hastío de una vida adinerada que le ofrece todo sin pedir nada a cambio. Contrario a lo que indica su biografía, las confesiones no apelan a lo reaccionario y no hay diatribas de ningún tipo, sólo opiniones que, en su mayor parte, no se distinguen de las de cualquier socialité de la época consternado más por la moda en los sombreros o por el tamaño de las solapas en los trajes que por el último discurso del presidente.

Lo que evita que este diario se vuelva inocuo es el continuo registro de la variedad cultural que ofrece pretextos para atisbar, desde la rendija de un diario íntimo, los eventos que marcaron la evolución del arte en el siglo XX: la primera recepción de la obra de Marcel Proust, la propaganda para la novela El diablo en el cuerpo del joven escritor Raymond Radiguet, una sensación en aquellos años pues criticaba la guerra y el nacionalismo francés; también la influencia de la escuela cubista y otras vanguardias. Otro elemento interesante y que es una constante en las observaciones de Sachs es el cine que ya empezaba a fascinar a las masas, incluso el autor hace un conteo de las salas en la capital francesa y augura futuros avances tecnológicos para el disfrute de los espectadores. Todos los comentarios y observaciones son hechos a través de la mirada de una clase que empezó a recolectar los beneficios de una creciente industrialización que, en poco tiempo, saturaría los mercados de gran parte del mundo.

El colofón a este diario es una fecha fatídica: 29 de octubre de 1929. Unos días antes, el “jueves negro”, 24 de octubre, la bolsa de valores de Nueva York inició un desplome evaporando riquezas y poniendo en jaque a un sistema que, durante décadas, había sido un espejismo que parecía durar para siempre. Sachs registra este acontecimiento con parsimonia: “No nos quedan en el banco siquiera 10.000 francos, pues el ingreso trimestral del 15 de octubre se había retrasado. Es evidente que habrá que vender las joyas, para parar el primer golpe, hasta que yo encuentre trabajo”. No hay ninguna lamentación en los párrafos finales, sólo una resignación que parece positiva ante el hastío que agobiaba los días de un bon vivant. Sólo nos queda la imaginación para continuar el diario que no escribió en los siguientes años y que desembocó en su muerte en 1945.

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